domingo, 20 de septiembre de 2015

Mi primer maratón: Barcelona'96. Mendigando pan para terminar.

En marzo del año que viene hará 20 años que corrí por primera vez un maratón. Fue en Barcelona, en 17 de marzo de 1996.
Entonces yo tenía 32 años y mi deporte era, como lo ha sido casi toda mi vida, el ciclismo, el cicloturismo. Pero siempre había querido correr un maratón. Cada vez que veía por la tele el maratón de Nueva York pensaba que ojalá pudiera ir alguna vez. Además, vivíamos en los años dorados de Martín Fiz, que había ganado el Cto. de Europa de Maratón en 1994 y el Cto. del Mundo en 1995, por lo que todo me llamaba a correr un maratón.
Y me decidí a hacerlo en 1996. Quería uno que fuera a primeros de año, para poder luego hacer una temporada normal de ciclismo, y como me habían recomendado que debutara en un maratón en el que hubiese mucho ambiente, pues me decanté por Barcelona.
Desde noviembre del año año anterior, más o menos, empecé a entrenar siguiendo los consejos de un amigo mío médico deportivo. Por los ritmos a los que entrenaba y por los tiempos de algunas carreras de 10 km, me puse como objetivo el terminar el maratón más o menos en 3:30 horas.
Por supuesto en esa época no tenía pulsómetro, ni un gps que me diera datos fiables, pero más o menos iba cumpliendo el plan de entrenamiento y haciendo las tiradas largas que me tocaban.
Y llegó el gran día.
Aquel año 1996 fue el último con el recorrido desde Mataró hasta el Estadio Olímpico de Montjuïc, el mismo recorrido que el del maratón de la Olimpiadas de Barcelona de 1992, por lo que me hacía mucha ilusión llegar a la meta, y eso era bueno para la motivación, ya que la subida a Montjuïc suponía correr por una carretera de rampas considerables en los últimos kilómetros de la carrera, todo un reto.
La salida, si no recuerdo mal, era a las 9:00 de la mañana, pero como tenía que ir en tren hasta Mataró tuve que madrugar mucho y desayunar muy pronto. Así que, para el km 20, hasta donde iba bastante bien y al ritmo previsto, empecé a sentir mucha hambre.
La inexperiencia hizo que solo llevara dos o tres pastillas de glucosa. Yo pensaba, porque en las marchas cicloturistas era así, que en los avituallamientos habría algo de comida, además de agua, pero me encontré con que solo había bebidas y alguna naranja. "Comida tienes en la meta", me decían. "Ya, pero primero tengo que llegar allí", les contestaba yo.
Para el kilómetro 30 el pajarón que llevaba era ya de los buenos. El hombre del mazo del que tanto habla Perico Delgado me había dado de lleno. Si hubiese llevado dinero me habría metido en una pastelería, pero no llevaba nada y ya tenía que ir alternando el caminar con el correr, porque estaba sin fuerzas.
Ya en las calles de Barcelona, hacia el km 35, entre el público vi a una señora que me animaba con pasión. Pero no fueron sus gritos de ánimo lo que me interesó de ella. No. Vi que llevaba una bolsa con una barra de pan y allí vi mi salvación. "Deme un poco de pan" fueron las únicas palabras que pude articular, y ella con rapidez partió un buen trozo de la barra y me lo ofreció. No tardé ni un minuto en comerme todo el pedazo, y así, más muerto que vivo, comencé a subir hacia Montjuïc.
Por supuesto, casi toda la subida la tuve que hacer caminando, pero cuando ya vi el Estadio volví a correr ilusionado. Por fin entré en la pista y di toda la vuelta corriendo y saludando al público como si hubiese ganado el maratón en las Olimpiadas antes de cruzar, exhausto, la meta con un tiempo de 4:11:00.
Estaba tan contento que, si no llego a estar muerto, hubiese dado un par de vueltas a la pista.
Al pasar la meta me ofrecieron algo muy valioso para mí: una bolsa con unos pastelitos y algo de fruta. Me tiré al suelo y hasta que no vacié la bolsa no pude ni levantar la cabeza del suelo.
Sí. Fue durísimo, pero recuerdo con nitidez que, mientras daba esa vuelta al Estadio no dejaba de pensar que al año siguiente correría otro maratón, tenía que vivir eso de nuevo. Fue una sensación única, y la he vuelto a sentir cada vez que he llegada a la meta en todos mis maratones.
Llegando a la meta. Creo que nunca he estado tan delgado. 


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